Diario de Navarra, 27 de septiembre de 2009
Emilio Huerta, director del Centro para la Competitividad de Navarra
En el segundo trimestre, según datos del Instituto Nacional de Estadística, la riqueza de la economía española ha sido un 4,2% menor que hace un año. La sociedad española en su conjunto ha creado menos valor que lo que generaba hace solo doce meses. Colectivamente somos más pobres y tenemos menos renta para repartir entre todos los colectivos que han participado en su generación.

Pero ¿cómo se ha distribuido la tarta, teniendo en cuenta que para generar esa riqueza necesitamos la colaboración de los trabajadores, los empresarios y la administración? Esta riqueza se ha distribuido de la siguiente forma: un 49,2% se ha quedado en manos de los trabajadores, el 43,5% han sido beneficios empresariales y sólo un 7,3% han sido impuestos especiales e indirectos recabados por la administración. Lo sorprendente de este reparto ha sido que, a pesar de la notable destrucción de empleo en todo este tiempo, los asalariados han ganado un punto respecto al año anterior en lo que al reparto de la riqueza se refiere ¿Cómo es posible que, en medio de tanta destrucción de empleo, los trabajadores vean incrementada su cuota relativa de riqueza obtenida?

La explicación a esta paradoja está relacionada con la evolución seguida por el salario real. La destrucción de empleo ha afectado a los asalariados peor pagados, mientras que la remuneración media por trabajador ocupado ha aumentado. Para los trabajadores con empleo y teniendo en cuenta que los salarios se negocian de forma centralizada y con una notable presión sindical para que los salarios estén indiciados por la inflación, los salarios han crecido por encima de la productividad originando un incremento de los salarios reales. Eso significa que los trabajadores con empleo han incrementado su poder de compra respecto a años anteriores.

La contrapartida más dramática es la que resulta para los trabajadores que han perdido sus empleos. Esta forma de negociar tiene también connotaciones para la competitividad de muchas empresas. Si los costes laborales unitarios se incrementan, aumentan los costes de producción, las empresas son cada vez menos competitivas y, en un escenario como el actual de caída de la demanda y de intensificación de la competencia al trasladar a los precios este aumento de los costes, las empresas ven reducida su cuota de mercado. Al disminuir la cuota de mercado son necesarios menos trabajadores para realizar los programas de producción y se produce un nuevo ajuste en el empleo de la empresa.

Además, el aumento de los costes, reduce los márgenes empresariales y disminuye la rentabilidad de la inversión, poniendo dificultades al impulso inversor de las empresas en el futuro. Por otro lado, el crecimiento de los salarios sin tener en cuenta la evolución de la productividad de las empresas tiene otra consecuencia negativa para la creación de empleo. La manera que tienen los empresarios de reducir la brecha entre salarios y productividad es la de reducir el empleo. Haciendo ajustes en las plantillas, reduciendo los trabajadores ocupados y tratando de utilizar más intensamente la dotación de capital instalada, las empresas recomponen y aumentan la productividad de sus trabajadores. En este caso el problema principal es que el número de los que ahora trabajan va a ser menor. Es decir, los ajustes en el empleo, mediante reducciones de las plantillas, tratan de mejorar la productividad de los trabajadores ocupados para así incrementar la competitividad de la organización.

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