Diario de Navarra, 19 de enero de 2015
Belén Goñi, directora general de Institución Futuro

Había una vez un niño que gritaba ¡que viene el lobo! y todo el pueblo salía a ayudarle, pero el lobo no venía. Un día, el lobo vino de verdad pero ya nadie creyó al niño y nadie salió… ¿les suena? Como cada vez que hay elecciones: empezamos a oír ese mensaje de que hay que ir a votar a una u otra opción porque, si no, vendrá el lobo y nos comerá. Pero ¿será bastante ese repetitivo mensaje para movilizar a los votantes? Y ¿de verdad viene el lobo? 

Lo cierto es que hay muchas personas desencantadas que quieren un cambio y que ya han decidido que si tiene que venir el lobo, que venga, que nos dé un susto y que así todo el mundo limpiará y hará la tarea que no ha hecho en años y todos saldremos fortalecidos. Pero claro, ¿si el lobo se instala y se queda? Y ¿cuánto puede destrozar y comerse un lobo en cuatro años campando a sus anchas?

Frente a ese mensaje cansino de vótame que la alternativa es peor sería estupendo oír un mensaje ilusionante y creíble que anime a votar. Sin embargo, eso es más fácil de decir que de hacer. En primer lugar, porque cualquier programa electoral que anuncie futuras acciones ha quedado tocado de muerte por los incumplimientos de Rajoy en tema de impuestos y aborto que han contagiado a toda la clase política, afianzando la idea de que los programas electorales son papel mojado y no se cumplen. En segundo lugar, porque las cosas las hacen las personas y resulta poco creíble que las mismas personas vayan a hacer cosas mucho más fantásticas de las que han hecho cuando han tenido ocasión. Y claro, cambiar a las personas es complicado porque algunas difícilmente encontrarían otro medio de vida, porque deben ser absolutamente intachables y estar alejadas de cualquier fuente de corrupción y porque entre todos hemos conseguido ahuyentar a la gente buena de la política. Hace falta ser un sufridor nato, con ganas de trabajar muchísimo por un sueldo fuera de mercado, dispuesto a ser examinado con lupa (patrimonio incluido) y expuesto a que te quiten honra y fama sin comerlo ni beberlo… Lógico que la mayoría no esté deseando dejar su vida actual para meterse en ese infiernito.

Por otro lado, hay una cuestión generacional. Los jóvenes temen mucho menos al lobo que los más mayores. Para muchos de ellos la música de renovación del flautista de Hamelín es mucho más atractiva que los tambores de guerra. En su mayoría, leen poco papel y no escuchan debates o largos discursos. Transitan entre el mundo de la televisión y las redes sociales y, por tanto, están mucho más influidos por lo que se mueve en esos medios. Ahí los políticos “al uso” no se manejan bien, no son sus medios más habituales y, por tanto, sus mensajes no calan. Además, las redes son nacionales y los mensajes muy locales se pierden en ellas.

Pero entonces ¿es que lo del lobo es mentira? No, lo del lobo es cierto. Lo que ocurre es que muchos están hartos de oírlo y de que las cosas no cambien a mejor. No nos engañemos, fundar un partido, presentarse a las elecciones y asistir al parlamento bajo unas siglas no hace a nadie demócrata. Basta oír las declaraciones de algunos de uno y otro signo para poder afirmar que de demócratas no tienen nada. Son lobos disfrazados con piel de cordero que se tiñen las patas de blanco y se suavizan la voz porque la estrategia de aporrear la puerta y entrar a lo bestia no funciona y han encontrado otra. Sin embargo, no se han movido ni un ápice de sus convicciones de antaño.

No sé si a ustedes les pasará pero en las pandillas de amigos, que normalmente son heterogéneas, éstos son mucho más activos que los demás, activistas las 24 horas, no desaprovechan una ocasión para lanzar una pulla, deslizar un comentario o una crítica siempre saltando por encima de la regla no escrita de “no hablemos de política ni de religión que si no hay bronca”. Defensores a ultranza de la democracia de pensamiento único, el suyo, aprovechan la buena educación o la desidia de la mayoría silenciosa.

¿Qué se puede hacer entonces? Pues habrá que actuar, que demostrar desde ya ese cambio, ese giro, pero no con promesas de futuro sino con acciones creíbles. Por ejemplo: ¿qué tal si quitamos de una vez ese exceso de parlamentarios que tenemos? ¿Qué tal si no hay dedicación completa excepto para unos pocos y facilitamos el que desde cualquier trabajo sea factible acudir al parlamento en régimen de dietas? ¿Qué tal si nos marcamos objetivos claros y comprensibles y nos medimos? ¿Qué tal si construimos algo entre todos, aunque solo sea una cosa? Etc, etc, etc.

El lobo ya no es suficiente para animar a ir a votar ni para convencer a los más jóvenes. Las elecciones están a la vuelta de la esquina, así que no hay tiempo para medias tintas ni soflamas vacías.


Institución Futuro
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