Expansión, 17 de abril de 2004
Julio Pomés, Director de Institución Futuro
La paz en el País Vasco debe venir desde dentro. Los nacionalistas tienen que ser conscientes de que ya han conseguido lo máximo, y que seguir en su lucha puede comprometer su bienestar.
La paz en el País Vasco debe venir desde dentro. Los nacionalistas tienen que ser conscientes de que ya han conseguido lo máximo, y que seguir en su lucha puede comprometer su bienestar.
¿Qué hemos hecho mal? susurraba un ferviente peneuvista a su mujer, al ver desde el balcón como su hijo rompía las lunas de un banco. Fue estremecedor contemplar tanto la violencia de la kale borroka, como el drama familiar del que fui testigo. Como expliqué en mi artículo del 8-11-03 (El semillero del nacionalismo) para entender el nacionalismo se debe asumir la influencia de la emotividad en la razón cuando la familia y la ikastola actúan conjuntamente en la mente de un niño. Obviamente lo que mi amigo hizo mal fue ‘predicar’ prematuramente un reduccionismo político a su hijo. La explosión de la juventud encontró en la doctrina nacionalista el ideal por el que luchar y dar sentido a su existencia. El comportamiento brutal, que le llevaba a destrozar la propiedad ajena, era el modo de reivindicar la libertad para esa patria que nunca existió. El hecho de que muchos hijos de familias peneuvistas militen, ya en la adolescencia, en las filas de la izquierda abertxal constituye una demostración clara de la tendenciosa educación recibida.
Parece una misión imposible dar razones que frenen las pasiones observadas. El sentimiento nacionalista es una actitud ilusoria que cierra los ojos a la historia. Rodríguez Adrados fue muy claro en su discurso de recepción en la Real Academia de la Historia cuando dijo: “nadie los conquistó, vascos y castellanos eran todos lo mismo, lo redactores de las glosas emilianenses y silenses escribían indistintamente en las dos lenguas. Fueron castellanos desde que se inventó Castilla, sin dejar de ser vascos”.
Imaginemos que España cede a la presión separatista y permite la soberanía absoluta del País Vasco. Las consecuencias serían dramáticas. En primer lugar estaría el descalabro económico, tal como Mikel Buesa ha demostrado con su investigación La economía de la secesión. Otro efecto pernicioso, que ya traté el 28-2-04 en estas páginas, sería la descapitalización de talento que la independencia acarrearía: con frecuencia los que se van de un lugar en el que se sienten incomprendidos son los mejores.
Un tercer efecto a tener en cuenta es el vacío político internacional que encontraría su causa. Ninguna nación europea apoyará la conversión de una de sus regiones en Estado. Todos temen que ese ejemplo abra la Caja de Pandora y promueva tensiones secesionistas. Córcega y Bretaña, el Ulster y el Norte de Italia son ejemplos de los países más próximos. También los efectos devastadores del nacionalismo en las antiguas repúblicas soviéticas esclarecen lo que puede pasar, constituyen serias razones por las que la comunidad internacional no favorecerá la independencia vasca.
Me pondré ahora en los zapatos de un vasco votante del PNV, que consigue liberar la razón del sentimiento, y se propone analizar con frialdad qué es lo que le conviene. Se daría cuenta que continuar con el victimismo y la reivindicación permanente conduce a vivir toda la vida frustrado. ¿No es mejor conformarse ahora con lo conseguido? ¿Por qué arriesgar la calidad de vida que ahora disfruta? Además, ya no quedan prácticamente conquistas de autogobierno que lograr. La ambición rompe el saco y si se consigue la soñada soberanía, Euskadi puede convertirse en un país tercermundista fuera de la UE.
¿Merece la pena sacrificar lo poco que queda para gozar de la independencia absoluta a cambio de alcanzar la miseria en un estado soberano? Han pensado los políticos nacionalistas lo difícil que será vivir en un país en que la mitad no es partidario de abandonar España. La crispación del ambiente sería insufrible: la violencia se dispararía y el éxodo consiguiente generaría mucho sufrimiento. En otros lugares esa situación ha desembocado en una guerra civil. Los nacionalistas moderados, poco proclives a la violencia que mantienen los extremistas, deben considerar en que, si su sueño se hace realidad, los que mandarán serán los que más han luchado para conseguir la soberanía: los más radicales. La dictadura que éstos ejercerían para imponer desde la legalidad su credo ideológico sería temible para la libertad.
La paz en el País Vasco no la traerán nuevas cesiones de competencias del poder central: el nacionalismo sólo se puede serenar desde dentro. Apelo a los nacionalistas moderados a que actúen con inteligencia y no se dejen arrastrar por una pasión que les puede llevar al desastre. Animo a los políticos vascos a que prescindan de sus intereses partidistas y se dediquen a favorecer la concordia ciudadana. El País Vasco ya ha conseguido lo realmente importante: una notoriedad distintiva que no tiene ninguna región española. Creo que todo ciudadano del mundo culto conoce que el pueblo vasco tiene unas señas de identidad propias que le distinguen de otras comunidades. Infundir el rencor a España en la familia, la escuela, o en los medios de comunicación públicos es corrosivo para la paz. Lo que esas instituciones deben hacer es sembrar esa armonía que siempre ha existido entre el País Vasco y España, con la que todos salimos ganando. ¿Se impondrá la razón a la pasión? De los vascos depende. Ellos son los dueños de su destino.
Institución Futuro
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