Desde posiciones más vinculadas a intereses corporativos, se habla de la envidia que genera esa estabilidad garantizada y se defiende rotundamente el modelo actual, nada hay que cambiar porque funciona.
Esta respuesta, tan rápida y contundente, manifiesta con crudeza el miedo que genera el futuro y la profunda desconfianza ante cualquier cambio del statu quo en el que nos encontramos. Además, lleva implícito el argumento de que ese mecanismo de seguridad extrema que se proporciona a los funcionarios es eficiente para organizar la prestación de los servicios públicos y que no hay que cambiarlo.
La administración pública en Navarra desarrolla una actividad muy valiosa, ya que ofrece bienes públicos muy importantes; educación y sanidad, participa en la regulación y funcionamiento de bastantes sectores para garantizar la calidad de la prestación y evitar que el interés privado, por ejemplo en el planeamiento urbanístico, tenga un efecto negativo sobre el interés público. Y lo que nos preocupa a los ciudadanos es que estos servicios que ofrece la administración mediante la intermediación de los empleados públicos se realicen con eficiencia, buena gestión. Y se espera que efectivamente contribuyan a defender el espacio público frente a la lógica legítima del interés privado que a veces desconsidera las externalidades negativas que su actuación genera.
El coste de esa actuación no es pequeño y se manifiesta en los impuestos que todos los ciudadano pagamos para atender el funcionamiento del la administración pública y que esperamos se transformen en servicios de calidad que generan valor a los ciudadanos y a la sociedad. En este sentido, la cuestión clave es cómo se deben seleccionar, organizar y motivar a los empleados públicos para que realicen con eficacia su función y si existen sistemas de contratación mejores que los actuales.
La verdad que la actual regulación de los funcionarios públicos plantea algunas cuestiones fundamentales de sumo interés. ¿Por qué una secretaria que ha aprobado una prueba oposición, debe tener garantizado el puesto de trabajo de por vida y en una empresa privada esa opción ni se contempla? ¿Esa seguridad en el empleo le permite realizar mejor su función o resulta negativa para trabajar con más entusiasmo y ahínco? ¿El requisito de inamovilidad se justifica de la misma forma para un juez, un inspector de hacienda o un administrativo o una persona de mantenimiento? ¿Superar una prueba memorística y exigente es suficiente para no tener que demostrar nada más a lo largo de los siguientes veinte años? ¿No existen formas contractuales alternativas que estimulen el compromiso y la dedicación de los empleados públicos a su trabajo y garanticen la independencia y buen criterio del empleado público? ¿Es razonable que una sociedad en donde trabajadores, empresarios, jóvenes y emigrantes están asumiendo una dosis creciente de incertidumbre, éstos coexistan con otro colectivo de trabajadores, los funcionarios públicos, que no asumen ningún riesgo? ¿Esa garantía del empleo de por vida es un elemento motivador para el trabajo bien hecho, la preocupación por defender los intereses de los ciudadanos o por el contrario, es un elemento desincentivador para mejorar la formación y desarrollar una carrera de servicio y atención a los ciudadanos?
Todas estas cuestiones son complejas y no son sencillas de responder, pero cuando menos requieren de una reflexión y un debate en profundidad y no de descalificaciones inmediatas. Observamos cómo en distintos países y tradiciones han dado respuestas bien diferentes a estas cuestiones, por ello pensar que otros escenarios de contratación son factibles es sencillamente ineludible.
Esta sociedad está crecientemente atenazada por el miedo y paralizada por la inacción y se responde desde el inmovilismo de no hay que tocar nada, hay que seguir haciendo todo como antes aunque sea un modelo que proviene del siglo diecinueve y hoy estamos en el veintiuno, aunque los ciudadanos reconozcamos que muchas cosas están haciendo agua por todos los sitios, por eso resulta patético la ausencia de debate y el no nos moverán aunque así vayamos al desastre.