Diario de Navarra, 15 de octubre de 2008
Emilio Huerta, director del CCN
El autor cree imprescindible pasar de una economía contaminada por burbujas inmobiliarias a otra donde el trabajo bien hecho y la asunción de riesgos sean los valores que soportan la mejora de la productividad

EL tan reclamado cambio del modelo productivo español, en el que la industria tome el relevo como motor del crecimiento, parece de momento una quimera. “El modelo de crecimiento español está agotado, hay que pasar de la economía del ladrillo a la del conocimiento”. Esta frase se repite con frecuencia en estos tiempos de crisis económica. En la reciente presentación del Plan Moderna, un plan estratégico para definir un nuevo modelo de desarrollo económico sostenible para Navarra, el presidente Sanz afirmaba: “Hay que reorientar nuestro modelo de crecimiento, el cambio debe hacerse alrededor de dos conceptos: personas y conocimiento”. Todos parecemos entender perfectamente el objetivo y el camino a seguir, nadie parece tener dudas sobre las acciones a emprender.


Sin embargo, junto a estas animosas recomendaciones nos llegan noticias alarmantes de las dificultades y carencias de nuestro sistema educativo: las limitaciones del modelo de formación profesional vigente, las indicaciones sobre las dificultades del ámbito universitario para adaptarse a las exigencias del mercado de trabajo y los obstáculos para transferir tecnología e impulso innovador al sistema productivo. Y no se hace nada serio para remediarlo.


Las economías más avanzadas son las que han desarrollado unas relaciones eficaces entre la producción de conocimiento y su aplicación. De la inversión en educación y formación profesional y universitaria, a la generación de conocimiento de calidad; y este conocimiento bien desplegado, origina una mayor capacidad de innovación y por último, si las empresas tienen los estímulos adecuados, se genera la innovación de productos, procesos y sistemas de gestión. Pero el proceso no es lineal, ni aparece de forma mecánica o determinista simplemente invirtiendo más en I+D.Para explotar todas las posibilidades se requiere que en cada etapa existan buenas instituciones y los incentivos adecuados para que funcione la relación. Necesitamos buenas universidades y un excelente sistema de formación profesional.Pero también es imprescindible eliminar las enormes barreras que existen para pasar del talento de las personas a la mejora de la eficiencia empresarial. Los empresarios, muchas veces no quieren contratar a jóvenes bien formados y darles responsabilidad porque las nuevas ideas tienen mucho riesgo, los jóvenes encajan mal en la cultura administrativa y burocrática de muchas de nuestras organizaciones, tienen dificultades para adaptarse a una estructura retributiva convencional y sus iniciativas e impulsos se ven atemperados por la rutina de la organización. Además, el empresario tiene pocos incentivos para asumir riesgos. La innovación significa tomar decisiones valientes que impliquen la búsqueda de nuevos caminos para afrontar los retos, tener confianza en las oportunidades que se derivan de lo nuevo y lo desconocido. Esto exige imaginación, disciplina y sobre todo, capacidad para asumir el riesgo de que el fracaso pueda estar cerca.Además, la estrategia de impulsar una economía con sus fundamentos en el trabajo y la innovación, parece un camino lleno de incertidumbre y sacrificios si la comparamos con buena parte de los grandes patrimonios acumulados en estos últimos años en España.


Fortunas basadas en el artilugio de convertir en urbanizables terrenos que se compraron como rústicos o en aprovecharse de las ineficiencias de la regulación para encontrar un espacio con poca competencia, muchos privilegios y negocio seguro. Desgraciadamente nuestra economía ha ofrecido demasiadas parcelas donde lo que se ha valorado y primado no ha sido ni el trabajo, ni el mérito si no la información privilegiada, la interacción con los reguladores, el amiguismo y la impunidad. Muchas veces la empresa que se ha enriquecido o presentaba el perfil más atractivo para invertir, no ha sido la más eficiente y competitiva si no la más protegida, subvencionada y encubierta en su red clientelar.


Durante demasiado tiempo en España ha sido fácil enriquecerse Sin asumir riesgos ni realizar el esfuerzo que otros países exigen. Por eso, dentro de las dificultades de la situación actual, debemos de tratar de pasar de una economía contaminada por las burbujas financieras e inmobiliarias y soportada en un consumo voraz de nuestros recursos ambientales y paisajísticos, a otra donde el esfuerzo, el trabajo bien hecho y la asunción de riesgos sean los valores que soportan la mejora de la productividad de nuestra economía. Si es así, estaremos más cerca de superar las dificultades a las que nos enfrentamos en estos momentos y empezaremos a pensar en serio en la importancia de las personas y el talento.


 

Share This