
Citaré algunos de los ámbitos acosados por los intereses partidistas: la sanidad, la educación, la contratación de obra pública, las opas, la apertura de medios de comunicación, los nombramientos impropiamente discrecionales, las cajas de ahorros (en las que incluso algunos políticos se permiten condonarse sus deudas electorales), etcétera. Incluso se entrometen en cambiar el significado del matrimonio, sin considerar que hay realidades inmutables que cuando son agredidas provocan la caída de la sociedad en un relativismo peligrosamente ciego.
Probablemente, la educación constituye una de las intromisiones gubernamentales más dañinas. Es perverso imponer una ley que no estimula el esfuerzo y el progreso del talento, sino que facilita que la mediocridad campe a sus anchas. ¿Por qué el Estado (o la Generalitat) pretende obligar a un modelo único de enseñanza, impidiendo que los padres tengan la libertad de escoger programas importados de otros países?
Intromisiones
El recurso fácil es culpar a los políticos de tanta intromisión indebida, cuando, en realidad, la mayoría de ellos son personas que llegaron a la política con grandes ideales y ahora son víctimas de un sistema que impone unas reglas de supervivencia corruptas.
La primera es: “Las elecciones se pierden, no se ganan”. Según esta consigna, lo importante no es ser constructivos, sino poner en evidencia los supuestos desastres que comete el que gobierna.
Otra norma es: “No emprendas aquello que no puedas inaugurar”.
Este postulado conduce a abandonar los grandes proyectos que exigen un largo plazo y preferir aquellos que proporcionan éxitos rápidos, por ejemplo, actuaciones con alto impacto mediático.
La opción de no buscar el aplauso inmediato se paga con no permanecer en el candelero y, por consiguiente, no ser propuesto por tu partido la próxima vez.
Una tercera regla, quizás la mejor cumplida, es: “La popularidad cosecha más votos que trabajar duro en calderas”. De ahí viene la obsesión de agradar al electorado del modo que registre más puntuación en los indicadores del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).
¿Gobierna el CIS?
Guiarse exclusivamente por los sondeos de opinión es como conducir un coche mirando sólo por el retrovisor. Este modo de dirigir olvida que el pasado ya no nos puede dar lecciones para encarrilar el futuro, porque vivimos instalados en la incertidumbre del cambio permanente. Para adelantar a los rivales es imprescindible tener visión e intuir iniciativas novedosas que despierten interés.
Vivimos una época de desencanto en la que no sabemos ni sacudirnos las corruptelas heredadas de la etapa anterior, ni tampoco inmunizarnos de los vicios a los que una democracia es vulnerable. El camino es ejercer nuestra libertad y proyectarla a forjar una sociedad civil fuerte e independiente, capaz de influir y de crear opinión.
Los grandes aliados deberían ser los medios de comunicación, quienes tendrían que aumentar los espacios a ciudadanos que están al margen de la partitocracia. Si nuestros políticos tuvieran foros inteligentes donde inspirarse, probablemente cambiarían el sucedáneo de estereotipos que presentan por algo más valioso: el de un liderazgo auténtico que arrastre a un esfuerzo generoso por mejorar nuestra nación.