Expansión, 20 de diciembre de 2003
Julio Pomés, Director de Institución Futuro
La adicción excesiva a la televisión contribuye a la pérdida del carácter distintivo de nuestra personalidad. La fertilidad genuina, la que conduce a una entidad nueva con rasgos propios, precisa de la diversidad.
La adicción excesiva a la televisión contribuye a la pérdida del carácter distintivo de nuestra personalidad. La fertilidad genuina, la que conduce a una entidad nueva con rasgos propios, precisa de la diversidad.

La televisión perjudica nuestra capacidad de abstracción y tiende a convertirnos en individuos clónicos. Los niños educados por ‘la televisión canguro’ tendrán sus aptitudes intelectuales mermadas.

Se ha escrito mucho de la depravación de la telebasura. Se le acusa de introducir en el hogar toda clase de males y frustraciones: la agresividad, el consumismo, la ordinariez, la incitación a la promiscuidad, la imposición de prototipos de bienestar que resultan inaccesibles para nuestros bolsillos, el culto excesivo al cuerpo, la ridiculización de la familia, los malos resultados académicos (algunos expertos afirman que una hora de televisión puede estropear una jornada escolar) y un sentido de la libertad falso, insolidario y egoísta.

La televisión nos transmite de un modo sutil e inconsciente una nueva jerarquía de valores. Sólo tiene interés lo joven, espontáneo y divertido. Su poder de seducción consigue pervertir los principios que han conformado nuestra cultura cristiano-occidental sustituyéndolos por inconsistentes sucedáneos: el amor auténtico por el sexo físico, la primacía de la razón por la de las emociones, la solidez de nuestras ideas por la volubilidad insustancial, la laboriosidad por una indolencia que nos lleva a soñar que obtendremos todo, sin esfuerzo, mediante el fabuloso premio de algún sorteo…

Pérdida de la personalidad
Éstas son las quejas más habituales de los padres y educadores, pero también existen otros peligros, quizá más graves, porque pasan más desapercibidos. La adicción excesiva a la televisión contribuye a la pérdida del carácter distintivo de nuestra personalidad. La fertilidad genuina, aquella que conduce a una entidad nueva con rasgos propios, precisa de la diversidad. Dos individuos idénticos no son capaces de generar otro ser distinto a ellos, tan sólo pueden producir un clon.

Del mismo modo, sólo podremos tener vida propia si nuestros proyectos están sostenidos por ideas que han nacido de nuestra autorreflexión. Cuando nuestro cerebro engulle de un modo indiscriminado los dictados televisivos (tanto de anuncios como de programas basura), estamos sufriendo una intimidación que ahoga nuestras potencialidades y nos hace perder la capacidad de ser nosotros mismos para convertirnos en personas uniformes. Incluso, en ocasiones, cuando nos atribuyen una personalidad diferente, no es propiamente original, sino que responde a nuestra elección entre los estereotipos impuestos por la moda. Como a todos nos inculcan las mismas ideas, la televisión nos está convirtiendo en seres clónicos y esterilizando nuestra capacidad creativa.

Palabra ‘versus’ imagen
Giovanni Sartori, autor de Homo videns, explica que lo que hace único al “homo sapiens” es su capacidad simbólica, potencia que se despliega gracias al lenguaje y que permite al hombre reflexionar sobre lo que dice. El pensar no necesita ver. La radio, a diferencia de la televisión, no menoscaba la naturaleza simbólica del hombre, ya que comunica mediante palabras. Por el contrario, en la televisión, el ver prevalece sobre el hablar. El telespectador es más un animal vidente que un animal simbólico: las imágenes pesan más que las palabras. Por ello, Sartori afirma que el “homo sapiens” se está transformando en el “homo videns”. La televisión produce imágenes y anula conceptos, y de este modo atrofia la facultad de abstracción y, con ella, toda nuestra capacidad de entender. El lenguaje conceptual (abstracto) es sustituido por el lenguaje perceptivo (concreto), infinitamente más pobre en su riqueza de significado.

Sin duda, los niños, especialmente aquellos confiados a la ‘televisión canguro’, se convierten en las mayores víctimas de la televisión que sufrimos. La ‘caja tonta’ es la primera academia de nuestros hijos: la escuela divertida que precede a la escuela aburrida. El niño se comporta como una esponja que registra y absorbe indiscriminadamente todo lo que ve. Si es educado por la imagen, se prepara para ser un hombre reducido, y si el colegio no lo remedia, un “homo videns” poco adiestrado en pensar. Además, cuando el niño ve programas dirigidos para público adulto, adopta un comportamiento propio de un mayor y exige satisfacer todos sus caprichos al instante, conducta que dificulta su educación. Quizás el vídeo puede ayudar a seleccionar mejor lo que se va a visionar y evitar así sorpresas nocivas.

Si a los efectos perversos de la imagen le añaden los contenidos basura que llegan todos los días a nuestros hogares, eso sí, irresistiblemente atractivos, el resultado es patético. Creo que tenemos motivos para desconectar la antena del televisor y blindar a nuestros seres queridos de la necedad colectiva. ¿Por qué no se anima a intentarlo esta Navidades? Les aseguro que mejorará su vida familiar.

Institución Futuro
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