Diario de Navarra, 16 de enero de 2006
Julio Pomés, Director de Institución Futuro
La cualidad de nuestra época es la incertidumbre. Ahora, casi todo es impredecible y el pasado ya no nos puede dar lecciones para encarrilar el futuro. Los acontecimientos han perdido su lógica lineal y lo que aprendimos ayer no necesariamente nos prepara para el futuro. Es más, parece que el acierto en dirigir nuestro porvenir depende más de la intuición sutil que de la racionalidad rancia (¡pobre Descartes!).
El que la perplejidad nos invada no puede llevarnos a la parálisis, o a repetir sin más todo lo que ha funcionado hasta ahora. Tenemos que arriesgarnos si queremos un horizonte prometedor de progreso para Navarra.Nuestro “bienestar foral” nos ha conducido a una complacencia que casi incapacita para variar el rumbo. Hoy, elegir en temas capitales, como cambio de trabajo o de residencia, provoca vértigo. El temor al riesgo nos supera, hasta el punto que la obsesión por la seguridad parece que prevalece sobre la más noble facultad del ser humano: el amor a la libertad. Preferimos el conformismo y aguantar una situación insatisfactoria, pero segura, antes que luchar por una mayor realización personal.

Navarra, la penúltima

No me ha extrañado que en el 2005 la Comunidad foral sea la penúltima de España en el crecimiento de los trabajadores autónomos. La falta de iniciativa está generada por la mencionada complacencia. Ser trabajador por cuenta ajena “mola” más que abordar proyectos audaces y de beneficio incierto. Todo esto frena la voluntad de riesgo que entraña el espíritu emprendedor. A medida que aumenta la protección pública para gozar de un bienestar acomodado, no sólo para las personas necesitadas sino también para la clase media, el atrevimiento de montar una actividad novedosa se reprime. Lo cómodo es pedir todo gratis y de modo inmediato al político de turno. Así se desemboca en un incremento del gasto público, de la presión fiscal sobre los creadores de riqueza y en el entorpecimiento de la actividad emprendedora.

Sin embargo, en el pasado no fuimos así. Nuestra hidalga estirpe hacía jurar los fueros a los reyes porque aquellos navarros no se consideraban súbditos pasivos, sino ciudadanos con autoridad para obligar al monarca a regir el reino con justicia. En la medida de que uno depende más de sí mismo, adquiere más riesgo, pero también es más libre y más señor de su destino. Cuando tal actitud impera en un país, la sociedad civil es fuerte y los gobernantes son más conscientes de sus límites y del papel subsidiario de la Administración Pública.

La revolución inteligente

El protagonismo individual y la actitud abierta hacia el riesgo es clave para la competitividad. Ser una región competitiva exige que cada navarro sea ambicioso en su trabajo. Dicho de otro modo, una actitud compartida de los ciudadanos por generar valor provoca que una región logre la excelencia económica. Esta responsabilidad personal exige no sólo la eficacia profesional, sino sobre todo visión para la elección de la actividad. Si cada navarro seleccionara acertadamente a qué dedicarse y tuviera la flexibilidad de aprender materias nuevas, cuando conviniera cambiar, Navarra sería invulnerable.

Si queremos que Navarra sea admirada en su entorno hay que persuadir de que el riesgo merece la pena. En el informe sobre las perspectivas económicas de la Comunidad Foral publicado en este periódico el pasado domingo, muchas de las críticas de los empresarios se referían al abultado gasto público, que obviamente lastra la actividad emprendedora. Para disminuirlo, debemos ser los ciudadanos los que pensemos dos veces antes de exigir más servicios. La sociedad civil debe crear una corriente de opinión que serene el excesivo consumo de servicios públicos y cuestione la prodigalidad de la Administración Pública.

Un pueblo es grande cuando produce grandes hombres y Navarra los tiene, pero adormilados, porque no se les motiva a ejercer su ingenio para innovar. Contamos con el magnífico ejemplo de San Francisco Javier. Su espíritu le llevó a arriesgarse hace 500 años y marchar a París para mejorar su talento y comerse el mundo, algo que consiguió en la misión espiritual que se impuso. Hoy Navarra necesita muchos intrépidos “javieres” que luchen con tesón por los desafíos actuales en virtudes y valores del Viejo Reyno. No, no mire a los demás, piense si usted es capaz de encender su libertad y ser protagonista del futuro que merece la noble historia de nuestra tierra.

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