Expansión, 21 de febrero de 2005
Julio Pomés, Director de Institución Futuro
El Protocolo de Kioto y la alta dependencia del petróleo están perjudicando la competitividad de España. Es necesario anticiparse para afrontar la crisis energética que se avecina.
El Protocolo de Kioto y la alta dependencia del petróleo están perjudicando la competitividad de España. Es necesario anticiparse para afrontar la crisis energética que se avecina.

Tres cuartas partes de la energía primaria que consumimos la importamos. Es triste comprobar que así como otros países están tomando precauciones para depender más de sí mismos, el nuestro, no. Así, 22 de las últimas 31 centrales nucleares construidas en el mundo se encuentran en Asia, donde el fuerte crecimiento económico, la escasez de recursos naturales y el incremento de la población favorecen el avance de la energía atómica. Aquí, la ministra Narbona ha hablado mucho de energías renovables, pero no se atreve a decir que el recurso que de verdad nos puede sacar de apuros es la energía nuclear. Hoy no se considera electoralmente recomendable defender esta energía, algo a lo que sí se atrevió Loyola de Palacio durante su mandato como comisaria europea.

Manuel Lozano Leyva, un catedrático de Física Atómica y Nuclear, ha denunciado hace unos meses en un periódico andaluz el silencio o la ignorancia de la ministra cuando, al pronunciarse en contra de la energía nuclear, no explica que una central térmica de carbón o fuel, aparte de la notable contaminación ambiental que produce, envía a la atmósfera más emisiones radiactivas que una central nuclear.

Conviene recordar que la energía atómica es mucho más económica que la que procede de combustibles fósiles y sus precios son muy estables. Su producción no emite CO2 y, por tanto, favorece el cumplimiento del Protocolo de Kioto. El mayor inconveniente de las centrales nucleares consiste en la necesidad de almacenar la mayor parte de los residuos radiactivos, por no disponerse de una tecnología capaz de reciclarlos.

En España, las nueve centrales nucleares, que producen el 24% de la energía eléctrica total, ahorran 60 millones de toneladas de CO2, lo que supone un 15% del total de emisiones en nuestro país. Por el contrario, Francia obtiene un 78% de su electricidad desde sus 59 centrales nucleares, razón por la que el coste de la energía eléctrica gala es menor y, consiguientemente, su competitividad queda favorecida.

El Fondo Monetario Internacional ha advertido de que el precio del petróleo amenaza la economía mundial. Nadie duda de que el petróleo vaya a ser cada vez más caro, debido a la especulación que implica mantener bajos inventarios de crudo en Estados Unidos y tener al máximo la capacidad de refino. Hasta hace unos meses, yo era partidario de que ante los abusos de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), se debería erigir una OPIP (Organización de Países Importadores de Petróleo). Pensaba que constituir una cooperativa de compra y disponer de una poderosa reserva petrolera podría ser útil para negociar mejor los precios. Javier Blas, todo un experto en la materia, me sacó del error: los países que venden crudo son tan ricos que pueden aguantar mucho más tiempo sin vender que lo que tarde en consumirse la potencial reserva. Obviamente, esa reserva ayudaría a una mayor estabilidad de precios, pero no a conseguir que éstos fueran más asequibles.

Las petroleras deben financiar la investigación

Respecto al petróleo, la Agencia Internacional de la Energía, en su informe World Energy Outlook 2004, y Paul Roberts, en su riguroso estudio The end of oil (Bloomsbury, 2004), demuestran de un modo inapelable que si no se toman medidas de ahorro energético, o se encuentran combustibles sustitutivos de los actuales, se producirá una grave crisis energética que perjudicará la economía mundial. La desaforada demanda de petróleo por parte de China y la India son uno de los factores de esa previsible difícil situación energética.

Una medida más eficaz para resolver la crisis sería que todos los gobiernos se pusieran de acuerdo para exigir a las petroleras que un porcentaje de sus impresionantes beneficios se dediquen a la investigación de carburantes alternativos. Es probable que, si se invirtiera suficientemente, en una década tendríamos una tecnología asequible para que el hidrógeno fuera el combustible fundamental del transporte. La principal fuente energética para obtener este combustible es el abundante carbón, mediante un procedimiento que secuestra el CO2 producido para que no salga a la atmósfera. Asimismo, la inversión en el proyecto ITER para la construcción de las centrales de fusión puede dar sus resultados a largo plazo.

Los gobiernos deberían impulsar políticas energéticas austeras en las actividades no productivas, con el fin de disminuir la factura de los combustibles. Sería útil que los artículos que compramos indicaran en su etiqueta cuánta energía ha requerido su producción, para que los ciudadanos tuviéramos la oportunidad de ser más responsables. Desafortunadamente, de momento, no hay alternativas al uso del petróleo para que funcione el transporte por carretera y el aéreo; de ahí que éste tendría que ser el ámbito preferencial en el que apretarnos el cinturón energético.

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