Expansión, 8 de octubre de 2005
Julio Pómés, Director de Institución Futuro
Sorprende que haya tanto ciudadano nacionalista que no tenga en cuenta los impuestos que le van a costar los nuevos estatutos, y el probable peor servicio que le aguarda.
Sorprende que haya tanto ciudadano nacionalista que no tenga en cuenta los impuestos que le van a costar los nuevos estatutos, y el probable peor servicio que le aguarda.

Un rasgo que favorece la competitividad de un país es albergar un mercado interno enorme. Estados Unidos representa el mejor ejemplo. Son trescientos millones de habitantes con una misma lengua y unas mismas normas mercantiles. Estas cualidades estimulan unos costes módicos de intercambio de bienes y servicios. Otra ventaja de ese escenario es su formidable economía de escala para el comercio exterior, propiedad que le permite competir con ventaja frente a pequeñas naciones.

El presidente del Gobierno de España no da importancia a que la fractura de la nación en 17 estaditos liliputienses puede acarrear unas consecuencias económicas graves a largo plazo. Una primera consecuencia puede ser que España disminuya, todavía más, su ya escaso peso en la esfera internacional. Además, el que Cataluña vaya a ser una nación no es gratis para los demás. Su gasto público, ya disparado, se acelerará por las nuevas atribuciones que se arrogue.

Alguien debería evaluar cuánto le cuesta a Cataluña y el País Vasco su apuesta radical por la estrategia del supuesto hecho diferencial. La nueva factura autonómica no se traduce únicamente en unos peores resultados financieros para el Estado, es, sobre todo, el empobrecimiento cultural derivado de un menor intercambio de ideas, y la miopía de ver mejor sólo lo cercano. Cuando se frena la colonización española mediante la barrera defensiva de la obligatoriedad de una lengua autonómica, el afán separatista puede propiciar la huida del talento. ¿No es mejor una armoniosa tolerancia hacia los que no desean aprender una de las lenguas oficiales? Las permanentes trifulcas perjudican el interés ciudadano por la política y, a la larga, erosionará el exiguo crédito que nos merecen los políticos. Es absurdo perjudicarse económicamente para exhibir que son un pueblo diferente. Cataluña y el País Vasco no son conscientes de que la mejor manera de ser distintos es ser distinguidos: ser mejores que los demás en aquellas actividades que encierran un mayor valor añadido.
A este respecto, Navarra representa un ingenioso equilibrio.
Aunque sus derechos históricos echan sus raíces en el antiguo Reino de Navarra, régimen que permaneció hasta la Ley Paccionada de 1841, esta comunidad foral ha sabido ser solidaria con el resto de España. La superior legitimidad de su autogobierno no la ha desperdiciado en peleas secesionistas absurdas, sino que la ha hecho fructificar en un beneficio compartido para Navarra y el resto de España.
El desasosiego que provoca el nacionalismo está favoreciendo que Madrid sea la referencia obligada para la implantación de muchas compañías. El clima de la gran ciudad-región, proclive la acogida de españoles y extranjeros, atrae también el talento y contribuye a que esa comunidad tenga el mayor crecimiento desde hace bastantes años.

Interés común
Las comunidades más nacionalistas no están teniendo en cuenta que si a España le va mal, a ellos les irá peor. Deberían favorecer el interés común, conscientes de que el posicionamiento macroeconómico de España no tiene unas bases sólidas al ser nuestro crecimiento muy vulnerable por apoyarse en la construcción y el consumo.
Recordemos que la construcción ha iniciado un suave declive y muestra el riesgo de una burbuja que estalle a medio plazo. Respecto al consumo, está envenenado por un aumento del déficit sin precedentes de nuestra balanza de pagos, que reduce a la mitad nuestro presuntuoso crecimiento.
Nuestra situación estaría mejor si no existiera un entorno de incertidumbre en la UE. Así, Alemania es un país que hace una década fue todo un símbolo de fortaleza; ahora registra unos índices de crecimiento muy inferiores a la media europea. Los galos se engañan cuando creen que pueden mejorar su bajo índice de crecimiento mediante proteccionismos cortoplacistas. Italia sobrevive porque hace trampas a Europa con su poderosa economía sumergida. Nos guste o no, la globalización es imparable, y cuando un país deja de ser competitivo entra en recesión. Si países más desarrollados que el nuestro se están derrumbando, a España le puede pasar algo peor si la desvertebración y los excesos autonómicos no cesan. A tenor de la satisfacción que se percibe en los que sueñan con la soberanía, parece que es mejor ser pobre, pero independiente, que rico y español. Menos mal que ¡sarna con gusto no pica!

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