Expansión, 9 de septiembre de 2006
Julio Pomés, Director de Institución Futuro
¿Qué es lo más importante que se debe salvaguardar en la negociación de la tregua del terrorismo? Tras la emancipación que supone el Estatut, nos sobreviene un nuevo ataque a la supervivencia de la nación española: el mal llamado ‘proceso de paz’, en el que Navarra resulta clave para evitar la desmembración de España.
Zapatero fue muy torpe cuando, con un gobierno débil, necesitado del apoyo nacionalista en las Cámaras, abrió el ‘melón autonómico’. Esta inconsciencia ha puesto en marcha una carrera incontrolable de las Comunidades Autónomas por dotarse del estatuto más soberano posible. En las nuevas circunstancias el nacionalismo vasco exigirá en la mesa de negociación un marco estatutario con una mayor independencia del Estado y un intervencionismo más agobiante que el catalán, que perjudicarán las libertades personales. No se olvide que cuanto más pequeño es un país, más asfixiante puede ser el poder. Es probable que la pasión nacionalista sólo tenga ojos para lo positivo y sea ciega para percibir la inviabilidad de su economía si no se integra en España. A los incrédulos de esta última afirmación les recomiendo el trabajo del catedrático Mikel Buesa Economía de las secesión (Instituto de Estudios Fiscales, 2004).
La probabilidad de que el proceso del País Vasco vaya demasiado lejos tiene un buen fundamento: la necesidad de Zapatero de inventar un éxito para asegurarse su reelección. Si Zapatero quiere el título triunfal de ‘Príncipe de la Paz’, no tiene más remedio que ceder al chantaje de los amigos de la violencia y concederles la petición más reiterada por Batasuna en estos meses: Navarra y, con ella, la legitimidad histórica requerida para solicitar la autodeterminación. Recordemos que el antiguo Reino de Navarra se acabó de integrar definitivamente en la Corona de España en 1841 mediante un pacto entre iguales, tras su milenaria historia como reino propio. Éste es el origen de su actual singularidad foral y de todos sus derechos históricos y fiscales. Otro detalle importante de la golosina que supone la anexión de Navarra es que el País Vasco multiplicaría su extensión territorial por 2,5.
Obviamente, la entrega de Navarra no será por Real Decreto, como quien expropia una finca, sino mediante un largo proceso que comenzará por la sumisión del Partido Socialista de Navarra (PSN) a la voluntad de Ferraz. En Navarra puede ocurrir lo mismo que en Galicia, donde los socialistas han renunciado a algunos de sus principios fundamentales para pactar con el Bloque Nacionalista Galego. El PSN, tal como ya ha hecho en cinco de los mayores municipios navarros (Estella, Tafalla, Burlada, Barañain y Sangüesa), se plegará al nacionalismo para poder gobernar. De ahí que si la actual coalición en el gobierno -la Unión del Pueblo Navarro (UPN), afín al Partido Popular, y Convergencia de Demócratas de Navarra (CDN), partido de centro que proviene de una escisión de UPN- no suma mayoría absoluta, tendremos al nacionalismo gobernando en Navarra a través de los socialistas.
Una visión miope del caso que nos ocupa sería valorar a Navarra por su tamaño: 600.000 habitantes y un 1,7% de PIB. ¿Por qué no entregar algo tan pequeño para conseguir un triunfo tan impresionante como la paz? La trampa que conlleva esa simpleza es clara: la entrega de Navarra, aunque sea muy lentamente, conducirá a medio plazo a la emancipación del País Vasco primero y a la transformación de España en una confederación de supuestas naciones más adelante.
España aseguraría su futuro si los socialistas navarros estuvieran dispuestos a pactar antes con el centro derecha que con el nacionalismo radical. El problema es que Ferraz impone la política del PSN y sus intereses electoralistas pueden prevalecer sobre los de España y sobre el deseo de la inmensa mayoría de navarros que quieren seguir siendo libres. No resulta tranquilizador que Zapatero haya dicho que respetará Navarra, pues su modo de negociar el Estatut prueba que entregará Navarra como moneda de cambio si ello le resulta imprescindible para lograr un simulacro de paz. El Presidente del Gobierno debiera darse cuenta de que no todo se arregla con cosmética y manipulación del lenguaje. En las cuestiones trascendentales de España se debe gobernar valorando el largo plazo y con la responsabilidad de contar con el principal partido de la oposición. Equivocarse en solitario es peor que compartir el éxito.
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