
La Navidad me produce sensaciones opuestas, me trae a la memoria recuerdos maravillosos de mi niñez, y más tarde la de mis hijos, y no me gusta la actual deriva sólo consumista, mi sensación es agridulce.
Agria, por el consumismo, adobado de vacuos deseos de bondad y paz. Muchos han dejado de celebrar la Navidad en las iglesias, sustituyéndolas por las nuevas catedrales del consumo, los centros comerciales, que son mucho más feos y prosaicos que nuestros lugares de culto. El consumo, o por lo menos el compulsivo, sólo nos satisface de manera inmediata ¡cosa de un momento! después de toda nueva adquisición, al poco, cuando desaparece el inicial estado de excitación, nos queda una sensación de vacío importante, al constatar que la cosa no ha sido para tanto, siempre nos dejan una sensación de que nos prometían más.
Dulce, porque todavía muchos niños y mayores conservamos grandes ilusiones por el autentico espíritu del Adviento, como preparación para la venida del Redentor, la nativitas, el nacimiento, la Navidad. Nuestros mayores nos enseñaron que lo importante es el ser y no el tener. Al final se nos examinará por si hemos sido coherentes con el mensaje de amar a Dios y al prójimo, y no si hemos sido capaces de acumular más o menos riquezas. El mensaje cristiano comenzó en un humilde pesebre y culminó con la muerte en la Cruz. Siempre ha sido difícil de entender, y después de aceptarlo, más difícil ponerlo en práctica, ya que se sitúa en las antípodas de lo que la mayoría entiende como el triunfo de lo humano. Pero realmente merece la pena, el amor al prójimo da sentido a la vida.
No es realista querer ser obligatoriamente felices. En nuestra vida ordinaria soportamos como podemos muchos sinsabores, soledades, ausencias, enfermedades, y en estas fechas somos más sensibles a ellas, por hacer más vida en familia. Con los años somos más conscientes de nuestros ausentes presentes. En general, los humanos sólo echamos en falta a las personas y a las cosas cuando las perdemos, y no cuando las tenemos cerca. Es bueno aprovechar estos días para recordar a los seres queridos, para decirles lo importantes que son para nosotros. La Navidad no es una fiesta más del invierno, como algunos insinúan, obviando su trascendencia. Sin su significado religioso no entenderíamos nada, nos faltaría ese referente moral, que nos guía en las muchas encrucijadas que se nos presentan en la vida.
Desde aquel lejano "pesebre" se nos anunció una nueva de Paz y de Amor que hoy a muchos nos sigue deslumbrando, tanto a nuestra razón como en el corazón, impulsándonos a hacer el bien. Desde esta visión, la de las cosas sencillas, observamos que siguen ocurriendo todos los días ¡cosas maravillosas! que desde luego no son titulares de periódicos. Vemos todos los días cómo millones de madres ayudan con entrega y amor a sus hijos; muchos hijos cuidan de sus padres necesitados; la mayoría de la gente trabaja honradamente; muchas personas altruistas ayudan a los más necesitados sin contraprestación; otros muchos dan parte de su tiempo libre por una buena causa, y otros ayudan a los más débiles. Aprovechemos estas fechas para disfrutar de la compañía de familiares, de amigos, y ver con una mirada más autentica la vida, y disfrutemos así mejor el calor de hogar frente al frío invernal.