Los sesenta millones de euros de ayudas a Delphi hubieran estado mejor empleados en empezar algo nuevo, en vez de servir para mantener en la UVI a una empresa en coma irreversible. Tampoco resulta eficaz levantar barreras de salida a las empresas que desean deslocalizarse. Estas medidas no consiguen detener a las que se quieren marchar y el temor que despiertan ahuyenta a posibles nuevos inversores.
Racionalidad económica
También resulta nefasto que sean los gobiernos los encargados exclusivos de resolver las crisis de empresas, pues sus políticas suelen regirse más por el electoralismo que por las duras exigencias de la racionalidad económica. A propósito de este intervencionismo, el afamado economista Joseph Schumpeter defendía que los principales catalizadores del crecimiento económico fueran los particulares, no los gobiernos. En este sentido, lo deseable sería que, ante la percepción de un porvenir complicado, los empresarios, en colaboración con los trabajadores, se anticiparan a la crisis con iniciativas innovadoras.
El problema de Delphi no se deriva de sus costes salariales, sino de su incapacidad de generar suficiente valor añadido en bastantes de sus factorías. La empresa ha seguido en su planta de Puerto Real la misma línea de acción que la aplicada en EEUU, donde la reestructuración ha afectado a veinte mil trabajadores.
Cuando una compañía tiene unas pérdidas anuales netas de 5.500 millones de dólares, la cirugía es imprescindible. Debemos considerar los cierres, la migración de plantas y la apertura de nuevas empresas más competitivas como un proceso de destrucción creativa, que posibilita adaptarse a los cambios y mantener así la rentabilidad en el tiempo.
Andalucía no es la única comunidad que sufre cierres y deslocalizaciones y que, ante la pérdida de puestos de trabajo, se ve tentada a apoyar a la empresa con subvenciones. Lo perverso de estas ayudas es que ni representan una solución sostenible a largo plazo, ni sientan las bases de una economía competitiva. Andalucía, y no solamente su Administración, sino la sociedad en su conjunto, debe asumir y afrontar el nuevo escenario en el que se encuentra.
Aprender a convivir con la incertidumbre es una actitud imprescindible en los tiempos de cambios que se avecinan. La asunción colectiva del riesgo favorece la capacidad de innovar de una comunidad.
Ésta es la mejor vía por la cual Andalucía, como cualquier otra región europea, podrá competir con garantías de éxito en el medio/largo plazo. Cuanto más tarde en comenzar una verdadera carrera por la innovación y más tiempo siga malviviendo con el avituallamiento de los subsidios, más tiempo permanecerá retrasada en el ránking europeo.
Otras regiones españolas ya están dando pasos muy importantes en este sentido. Un ejemplo puede ser Navarra, que ha visto en la investigación y el desarrollo de nuevos sectores estratégicos de mayor valor añadido la llave de su competitividad en Europa.
Mientras que Andalucía dedicó el 0,84% de su PIB al gasto en I+D+i, Navarra destinó el doble (1,67%) y lo hizo sin dejar de ser solidaria con el resto de España (su aportación ha sido de 1.100 millones de euros en 2006). Los resultados de las políticas de largo alcance tardan en llegar, y su ámbito temporal excede el de una legislatura. El verdadero reto al que se enfrentan nuestros líderes políticos es planificar sus estrategias con grandeza, sin tener en cuenta que lo probable es que serán otros los que se pongan las medallas.