Expansión, 4 de febrero de 2006
Julio Pomés, Director de Institución Futuro
Mi capacidad de asombro me la está rompiendo cada semana el inquilino de La Moncloa. Esta semana, el motivo de mi desconcierto es el artículo publicado el lunes en Expansión acerca de la discriminación que sufren las comunidades autónomas (CCAA) gobernadas por el Partido Popular en el reparto de inversiones estatales.
Mi capacidad de asombro me la está rompiendo cada semana el inquilino de La Moncloa. Esta semana, el motivo de mi desconcierto es el artículo publicado el lunes en Expansión acerca de la discriminación que sufren las comunidades autónomas (CCAA) gobernadas por el Partido Popular en el reparto de inversiones estatales. Es sorprendente que las CCAA del PSOE tengan un aumento de un 16% en los presupuestos de 2006 respecto a los de 2004 frente a un 5,1% de las del PP.
Para cerciorarme de cómo se concretan estos porcentajes, he revisado estas asignaciones en Navarra, una comunidad no socialista, donde el análisis pudiera reducirse a lo más claro: las inversiones del Estado en infraestructuras. Allí gobierna la Unión del Pueblo Navarro, un partido independiente que, con algunos desencuentros puntuales, es leal a los principios fundamentales del PP. Conviene tener en cuenta que, según Funcas, este antiguo reino es una de las tres CCAA con balance fiscal negativo (aporta al Estado más de lo que recibe).
La exploración de esta región muestra que el Gobierno central ha incumplido su compromiso de invertir cerca de seiscientos millones de euros en el Tren de Alta Velocidad. Así, frente a los 20.000 millones de euros que va a invertir el Estado en el conjunto de España, a Navarra tan sólo se van a destinar 67 millones, lo que representa el dos por mil. Además, no se ven partidas relevantes en las estimaciones para 2007, 2008 y 2009. La penalización es tal, que Pamplona va a ser la última capital de comunidad autónoma en estar unida a Madrid por una vía de gran capacidad.
La cata de esta región reafirma mis sospechas de nepotismo monclovita.
Una segunda manifestación del sectarismo son las concesiones a los gobiernos nacionalistas amigos para poder mantenerse en el poder. Que nadie se engañe: el gravamen que implica claudicar ante los nacionalistas, aunque resuelva el corto plazo, malogrará de un modo irreversible el futuro. Lo que más asusta es que La Moncloa no tiene claro qué debe ser transferido, porque es bueno para ambas partes, y qué competencias no deben ser cedidas, porque pueden perjudicar a ambos ámbitos. Es preocupante que, con el pretexto de exhibir singularidad nacional, Cataluña esté cayendo en un intervencionismo asfixiante, antojo que va a salir carísimo a las CCAA más pobres, pues, si su sistema de gobierno se encarece, no les sobrará dinero para ser solidarios.
Un buen Ejecutivo debe gobernar con equidad para todos y no practicar el clientelismo. Ese nepotismo es especialmente grave cuando se ejerce contra los que defendemos que España es inviable si se fractura en 17 reinos taifas. Cuando la principal obsesión es parecer distintos, suele levantarse una frondosa selva legislativa que otorga señas de identidad, burocracia innecesaria que frena el progreso de la iniciativa privada. En ese entorno se pierde libertad y los mejores cerebros escapan buscando una existencia menos intervenida, a la par que los talentos de fuera no vienen porque la rigidez no atrae.
Cuando un Gobierno desconoce cuál debe ser su marco de actuación y se apropia del Estado creyendo que todo es mutable a capricho, la credibilidad externa e interna del país desciende en caída libre, y eso, al final, se traduce en un retroceso en los valores tangibles e intangibles. Un buen gobernante no debe olvidar que su paso es efímero, y que lo que permanece es el bien común.
Si la política de Estado es partidista, el siguiente Gobierno tendrá una tarea doble: reconstruir los principios del Estado y aplicar después su propio programa.
Institución Futuro
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