Expansión, 24 de mayo de 2003
Julio Pomés, Director de Institución Futuro
La historia lo refrenda: las grandes catástrofes sociales ocurren cuando la ciudadanía vive tan satisfecha que no le perocupa nada, ni tan siquiera el porvenir, el que suponen resuelto.
La historia lo refrenda: las grandes catástrofes sociales ocurren cuando la ciudadanía vive tan satisfecha que no le perocupa nada, ni tan siquiera el porvenir, el que suponen resuelto.

La evolución del mundo en los últimos años imprime a esa advertencia un mayor riesgo: vivimos instalados en la incertidumbre y los acontecimientos ocurren velozmente. La situación de la economía y la guerra de Irak son buenos ejemplos. Un reto adicional que tiene la nación es afrontar con acierto la ampliación europea. De un lado, España debe ser competitiva con los nuevos socios comunitarios en aquellos sectores seriamente amenazados, como el ensamblaje de vehículos.

De otro lado, debemos competir con naciones de mayor nivel tecnológico que el nuestro, para abrir a los productos españoles esos nuevos mercados. Si nuestra actitud se relaja en estos años críticos, corremos el peligro de entrar en un declive pronunciado, difícil de corregir luego. España se muestra demasiado confiada por registrar unos índices de bienestar desconocidos, que esconden una debilidad congénita: nos hemos acostumbrado a vivir sin sobresaltos.

Creemos que nuestra posición es tan sólida que la podremos mantener sin esfuerzo. La realidad es muy distinta: somos muy vulnerables. Para poder mantener nuestra calidad de vida debemos ser capaces de reaccionar con rapidez para anticiparnos a la coyuntura.

La pérdida de presión de la ‘locomotora’ alemana, país declarado en recesión, es un buen aviso de lo que le ocurre al que se apoltrona. Son momentos de tomarnos en serio nuestra responsabilidad como electores. La situación no permite una actitud pasota. Una mayor participación favorece el compromiso de la ciudadanía a colaborar. La cita con las urnas es una buena ocasión para contribuir a la fortaleza del país en su combate por la competitividad.

Lo deseable es que las urnas premien al que, al final, muestre resultados consistentes, y castigue al populista que ha despilfarrado el presupuesto en caprichos efímeros. El país precisa ese pequeño esfuerzo de acudir a votar. Si no lo hace, no se queje luego.

Quizás la abstención sea la responsable de su posible infortunio. Conviene recordar que mañana elegiremos a los encargados de velar por nuestros intereses más cercanos. Será dentro de un año cuando valoremos quién debe dirigir la política nacional. Ahora se trata de escoger a los gestores de lo próximo, aquello que depende del Ayuntamiento y la comunidad autónoma en la que vivimos: la seguridad en nuestros barrios, la educación de nuestros hijos, el funcionamiento de los servicios públicos, la sanidad, el urbanismo, etcétera. España necesita una armonía entre las autoridades periféricas y las centrales. En ocasiones, tener el mismo color político no garantiza la consonancia.

Lo que facilita la colaboración constructiva es la perspicacia de los interlocutores para entenderse y que los intereses generales estén por encima de los partidistas.

Poco podrá hacer el Estado si las comunidades autónomas, quienes controlan la mayor parte de los recursos, no cooperan en esos retos europeos tan imprescindibles para nuestro futuro. La eficacia de la gestión de lo cotidiano precisa visión, inteligencia y esfuerzo. ¡Ojalá acierte en discernir quiénes son los mejores!

Institución Futuro
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