Expansión, 26 de abril de 2003
Julio Pomés, Director de Institución Futuro
Es una realidad incuestionable la sequía de líderes que padece nuestra sociedad. Aunque la política, la ciencia y el mundo del espectáculo promueven la celebridad, los personajes que aúpan esas actividades no suelen ser propiamente líderes; son simplemente famosos.
Es una realidad incuestionable la sequía de líderes que padece nuestra sociedad. Aunque la política, la ciencia y el mundo del espectáculo promueven la celebridad, los personajes que aúpan esas actividades no suelen ser propiamente líderes; son simplemente famosos.

En ocasiones deben su popularidad al interés o la curiosidad que han sabido despertar los medios de comunicación. En el mejor de los casos se les aprecia por su acierto político o su prestigio profesional; en el peor, son productos de un marketing televisivo, ávido del lucro rápido.

Abundan los libros sobre liderazgo y los gabinetes de imagen, en que se ofrecen unas recetas fáciles y rápidas para saber imponerse; en ocasiones proponen una cosmética a adherir a nuestro carácter que raya la hipocresía, olvidando lo que dice Kotter: “la sinceridad es imprescindible para lograr la convicción personal”.

Respecto a los bienhechores de nuestra sociedad civil, bien sean empresarios ejemplares o generosos mecenas, conviene advertir que nuestra estima se refiere más a la faceta de su altruismo que a la persona en su conjunto. Hoy quiero hablarles de los líderes esenciales: aquéllos en los que nos inspiramos para conducir mejor nuestras vidas. Su influjo no es parcial sino integral: afecta todas las facetas de nuestro comportamiento.

Albergan una sólida coherencia entre lo que piensan, lo que dicen y lo que viven. No buscan la notoriedad como fin, sino que si ceden a ella es para beneficiar a más personas; nunca por la satisfacción del propio ego. El genuino líder despierta una admiración tal que mueve, a los que piensan distinto, al respeto, y a los que comparten la misma visión, al compromiso de seguirle o imitarle.

La raíz del asombro reside en encontrársele coherente con las ideas que sostiene; habla de lo que sabe y sus palabras reflejan la autenticidad de su vida. Otra cualidad distintiva del buen líder es que trabaja para el largo plazo, razón por la que está dispuesto a sacrificar el corto: no dice lo que la gente quiere oír en cada momento, sino aquello que conducirá a un bien consistente y duradero. Esta semana nos visitará Juan Pablo II. Su persona es una síntesis del siglo XX.

No se le ha ahorrado mérito alguno. Ha sufrido el comunismo, el nazismo y el terrorismo; la pobreza obligada y la austeridad voluntaria; el trabajo duro, la enfermedad y una ancianidad ejemplar en darse a los demás. Los que se dedican a dirigir organizaciones de personas, sean cuales sean sus creencias, han vislumbrado que Karol Wojtyla es un buen referente de liderazgo.

La clave de su atractivo singular, el secreto de su impresionante capacidad de convocatoria, la razón de que influya tan profundamente, tienen una explicación sencilla: el testimonio de su fidelidad heroica a una misión. Ésa es la esencia del liderazgo.

Institución Futuro
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