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Que las revoluciones industriales han tenido un gran impacto en el empleo no es nuevo. La introducción de la máquina de vapor, la producción en serie, la electricidad o los dispositivos electrónicos supusieron en su momento un tsunami al que la sociedad tuvo que hacer frente.

Ahora, con la robotización y la implantación de la inteligencia artificial en muchos procesos industriales, el tsunami vuelve a azotar, y sus consecuencias sobre el mercado laboral, positivas o negativas, dependerán de cómo de preparados estemos.

No será porque no nos lo hayan advertido desde hace tiempo multitud de entidades. El World Economic Forum calculó que en 2017 el 71% de las horas trabajadas fueron realizadas por humanos y el 29% restante por máquinas. Se espera que para 2025 estos porcentajes se hayan invertido, es decir, que las máquinas hayan trabajado más horas que las personas.

Recordemos además cómo la OCDE admitía que en España más del 21% de los trabajadores ocupa un puesto de trabajo con alto riesgo de automatización. De hecho España es de los países de la OCDE con peores perspectivas en cuanto a la destrucción de empleo por el avance tecnológico, solo superada por Eslovaquia, Eslovenia y Grecia. O cómo Caixabank Research pronosticó que un 43% de los puestos de trabajo actuales en España tienen un riesgo elevado de ser automatizados a medio plazo.

Ante este diagnóstico suele haber dos posturas: los tecno-optimistas, que ven en el incremento de la productividad la fuente de nuevos empleos, y los tecno-pesimistas, quienes no confían en que el mercado laboral vaya a poder hacer frente a las consecuencias de la robotización y la previsible destrucción de puestos de trabajo.

No creo que los diagnósticos apuntados vayan desencaminados. Pero también creo que como sociedad tenemos la capacidad para hacer frente a este gran reto. Si tal y como indica Adecco el 65% de los niños que ahora entra en primaria trabajará en perfiles profesionales todavía inexistentes, parece obvio que la clave reside en la formación. La nueva economía productiva exige un gran pacto de Estado con todas las fuerzas sociales para que los futuros trabajadores puedan ser lo más empleables posibles, y los que ya están en el mercado laboral puedan recolocarse.

Como le he escuchado muchas veces al jurista Juan Antonio Sagardoy, ya no hay que aspirar a tener un empleo para toda la vida, sino a tener toda una vida con empleo. Para lograrlo, se impone la formación a lo largo de todas las etapas vitales, desde las iniciales hasta las adultas, con una rápida capacidad de aprendizaje. Pero no una formación cualquiera, sino una perfectamente engranada con el mundo empresarial, que por otra parte cada vez valora más las habilidades personales, las actitudes, el rol cultural y las competencias transversales. En este contexto, profesiones como analista de datos, especialista en inteligencia artificial, desarrollador de aplicaciones o experto en big data suenan cada vez más y garantizan una baja propensión a la automatización.

Por supuesto, resulta imperativo para las empresas estar atentas a las nuevas tecnologías y formas de hacer. ¿Por qué? Porque está claro que dentro de unos años las compañías se parecerán bien poco a las actuales: muchas habrán cerrado y en las que no el modelo productivo será muy diferente al actual. Quien no innove, no sobrevivirá. Además, la internacionalización supondrá, cómo no, un pilar fundamental, y para ello los idiomas son y serán todavía más un puntal clave. Tampoco podemos olvidarnos de la sostenibilidad: ningún sector o empresa que no tenga en cuenta su desarrollo sostenible y su impacto en el medio ambiente pervivirá.

Si pensamos en Navarra, tenemos varios retos por delante en lo que digitalización y empleo se refiere. Dada la dependencia de nuestra tierra del sector de la automoción, y dado que el coche eléctrico es una realidad que está entre nosotros, debiéramos prepararnos. Otro desafío al que nos enfrentamos es el del almacenamiento de la energía.

En definitiva: en el futuro habrá muchas oportunidades para las empresas y para el empleo, pero hay que estar con los ojos bien abiertos para identificarlas y para poder tener trabajadores que puedan cubrir las necesidades de la empresa. Ésta tiene una gran responsabilidad, de hecho lleva ya tiempo en ello, pero la responsabilidad ha de ser compartida con las Administraciones, que también han de jugar un papel importante participando y ayudando en este cambio y, sobre todo, en la formación del capital humano. Solo mediante un sistema que alimente permanentemente de profesionales y medios se conseguirá hacer frente a la digitalización. Por desgracia, ahora mismo parece que no se está haciendo del todo bien: recordemos que España es el segundo país de la OCDE con mayor demanda de competencias digitales insatisfechas de trabajadores. Transformación digital, innovación y formación van a ser la clave para afrontar ese futuro laboral. ¿A qué esperamos?

 
Institución Futuro
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